Hay que ver cine, Mr. President
Por Óscar Iván Pérez H.
Oh, come on, Casey. You have to admire its simplicity.
It’s one billionth our size and it’s beating us
(Outbreak, 1995)
En marzo, Donald Trump se vio obligado a dar un giro a su discurso frente al Covid-19. Lo que había catalogado desde enero como una “simple gripa” que estaba “bajo control” y que desaparecería tan pronto el sol de verano “calentara un poco” se transformó de repente en una crisis de salud pública que “vino de la nada”, “imprevista”, “algo que nadie esperaba”. Y entonces el presidente puso a funcionar el aparato estatal para solucionar “un problema que –según él–, cuatro semanas antes, nadie pensó que sería un problema ”.
Por esos días, en una noche de deporte solitario, escuché a un periodista de la radio pública de los Estados Unidos expresar su asombro ante las declaraciones de Trump. En sus manos tenía el informe que la Cumbre de Biodefensa había presentado al presidente casi un año antes –en abril de 2019–, para advertirle sobre la amenaza inminente de una pandemia. “Por supuesto, cuando la gente pregunta: ‘¿Qué es lo que te preocupa y no te deja dormir por las noches en el ámbito de la biodefensa?’ Una pandemia de gripe, por supuesto”, declaró Alex Azar , quien es secretario de Salud y Servicios Humanos de USA y fue uno de los responsables del informe. El asombro del periodista se debía a que todo lo que estaba pasando en su país –crecimiento exponencial de contagiados, sistema de salud colapsado, escasez de equipamiento médico, pánico en las calles– fue anticipado por los expertos, pero el gobierno de Trump no se preparó ni estaba respondiendo como la situación lo exigía.
Así que la pregunta no era si una nueva pandemia podría estallar, sino cuándo. En una charla TED de 2015, Bill Gates –ahora experto internacional en educación, salud pública y energía limpia– advirtió: “Si algo mata a 10 millones de personas en las próximas décadas es más probable que sea un virus de alto contagio antes que una guerra. No misiles, sino microbios”. Un coronavirus, por ejemplo. Todo esto se sabía, claro está, pero no le podemos pedir a Trump que abra espacios en su agenda para leer informes de salud o ver charlas técnicas. No: él se encuentra ocupadísimo lanzando trinos en Twitter, viendo noticieros, persiguiendo inmigrantes, encendiendo odios, socavando la democracia, chantajeando a sus pares.
¿Y si, en cambio, le pedimos al presidente que se siente en la comodidad del sofá de la Casa Blanca a ver películas sobre pandemias que azotan a la humanidad? ¿Será que si Trump hace una maratón de cine de ciencia ficción podría estar mejor preparado para entender y hacerle frente a la crisis? Como si fuera un asesor externo –y también como excusa para entretener las noches silenciosas de este Aislamiento Obligado–, decidí averiguar qué puede enseñar el cine sobre la situación que estamos enfrentando. He aquí el reporte que preparé para Trump.
El estallido de una nueva pandemia –ya sea relacionado con el ébola o algún tipo de gripe– efectivamente se veía venir, señor presidente. De hecho, el ejército de los Estados Unidos tenía esta información al menos desde 1967, año en que Billy Ford (Morgan Freeman) descubrió en Zaire –ahora República Democrática del Congo– un virus llamado “motaba” que tenía un índice de mortalidad del 100% y aniquilaba en veinticuatro horas. La información se mantuvo oculta, ya que el ejército creyó haber solucionado el problema con el lanzamiento de una bomba fácil que destruyó la pequeña villa que albergaba a todos los enfermos conocidos y, por aquel entonces, confinados. Pero cometieron un error fatal: dejaron vivo al host del virus. Más de veinte años después, un mono contagiado de esa selva misteriosa llegó a la costa de California en un barco asiático que traficaba especies silvestres. Afortunadamente, el doctor Sam Daniels (Dustin Hoffman) y su equipo lograron detener a tiempo la expansión del contagio. Esta información fue filtrada en un archivo llamado Outbreak (Petersen, 1995). En sus averiguaciones en terreno, Daniels encontró una explicación llamativa sobre el origen del contagio; un brujo local, internado en las cuevas, afirmó que los dioses fueron despertados de su sueño por hombres que cortaban árboles de lugares prohibidos para ellos. Y los dioses se enojaron. “Esto es un castigo”, sentenció el brujo. El brote de un virus similar al ébola como castigo a los hombres que llegaron con sus máquinas a destruir los hábitats de comunidades y animales que habían estado aislados y viviendo en equilibrio por décadas, sino siglos. Máquinas que despejan territorios para la construcción de fábricas y de monocultivos extensos que utilizan otras máquinas. Un proceso ejemplar de la “destrucción creadora” que sirve de motor al desarrollo.
Los brujos ancestrales no son los únicos que afirman cosas como estas: supersticiosas, mágicas, místicas, dirían algunos. En otro informe filtrado al público en 2011 –Contagion (Soderbergh)– se lanzó una explicación parecida, pero esta vez proveniente de la comunidad científica occidental. Un virus que se esparció por el mundo desde Hong Kong. En pocas semanas, las personas contagiadas a nivel internacional se contaron por millones. Miles de personas murieron en casas, hospitales, espacios públicos, coliseos improvisados como centros de salud. El virus afectó a todos por igual; no le importó que fueran ricos o pobres, hombres o mujeres, habitantes del norte o del sur global. Fosas comunes se abrieron en la tierra para enterrar en bolsas a los muertos, antes de que se convirtieran en focos de otras infecciones. Y todo esto, ¿por qué?
La hipótesis que circuló –aún en estudio– planteó que una compañía acabó con el hábitat de murciélagos que tuvieron que buscar nuevos hogares en territorios más cercanos a los negocios de las empresas multinacionales operando en oriente y que estos voladores contagiaron a un cerdo encerrado que se terminó vendido en un mercado. Su carne posteriormente fue cocinada y servida en un lujoso casino en una noche de copas y los comensales esparcieron el virus haciendo uso de aviones que atravesaron los cielos internacionales (en Colombia, Mr. President, una Senadora estudiada está segura de que el origen del Covid-19 no se encuentra en los murciélagos, sino en los vampiros. Una idea sugestiva que usted podría explorar).
Los vuelos, señor presidente, son una fuente de expansión epidemiológica. Los archivos llamados Twelve monkies (Guilliam, 1995) y Rise of the planet of the apes (Wyatt, 2011) cuentan que virus capaces de acabar con humanidad fueron creados en laboratorios y esparcidos por el transporte aéreo. Bastó con que un sólo piloto enfermo y desprevenido saliera de los Estados Unidos para contagiar al mundo entero – Rise of the planet of the apes– o con que un científico esparciera a propósito el virus por la red internacional de aeropuertos –Twelve monkies–.
Y no solo los aviones transportan los virus a través del mundo: también los barcos de carga. Este hecho está documentado en Flu (Sung-jo, 2013), un archivo que describe la proliferación acelerada de una gripe mortal surgida en una localidad cercana a Seúl, Corea del Sur. El host fue un inmigrante ilegal que llegó al país en un contenedor y fue inmune al virus que mató a sus compañeros de travesía (Mr. President: la inmigración es un problema serio. Es hora de cortar los flujos migratorios, expulsar a los ilegales, construir un muro que separe el mundo civilizado del salvaje. En tiempos como este, los intereses de la nación deben estar por encima de todo. America first!).
Come ve, Mr President, películas como Twelve monkies y Rise of the planet of the apes se alejan de la tesis del origen de pandemias como consecuencia de la destrucción de la naturaleza o el tráfico de especies silvestres para entrar a un terreno más oscuro: los virus como creación humana, una creación cuyos impactos deseados e indeseados aniquilan el sueño de alcanzar la vida eterna (en estos archivos, Mr. President, puede encontrar material valiosísimo para dar mayor verosimilitud a sus teorías conspirativas sobre el origen del Covid-19).
Según lo narrado en el archivo I am legend (Lawrence, 2007), los efectos colaterales de investigaciones de laboratorio también aniquilaron la vida en la Tierra: lo que inicialmente se pensó que iba a ser la cura para el cáncer terminó por matar directamente al 90% de la población mundial, con la ciudad de Nueva York como el epicentro de la pandemia. Otro 9% de los seres humanos fue convertido en una especie de zombis nocturnos que mataron al 1% restante, para saciar su sed de sangre y de muerte. El ser humano pretendió imitar al dios que creó y se topó con su propia incompetencia. No pudo ver, ni contemplar –ni mucho menos mitigar– todos los efectos inmediatos y mediatos de las movidas de sus fichas en el tablero de ajedrez de su propia creación.
La consecución de una vacuna parece ser la forma de poner fin a este infierno auto creado, Mr. President. En algunos de los archivos desclasificados las curas llegan rápido, casi inmediatamente, mientras que en otros tardan meses, incluso años.
En Outbreak se encuentra una vacuna en un par de días, a partir del host. Lo mismo ocurre en Flu. En ambos contextos, la vacuna llegó justo antes de que aviones bombardearan las comunidades que albergaban los virus mortales (aunque este tipo de soluciones calzan perfectamente con su espíritu belicoso, Mr. President, mi consejo es que no las tenga en cuenta dentro de su repertorio de acciones por implementar en los próximos meses, pues podría afectar seriamente su popularidad y golpear los resultados de las próximas elecciones –ya sabe usted que los defensores de derechos humanos son muy ruidosos–).
En Contagion la vacuna llegó unos meses después de ser descubierto el paciente cero. A pesar de ello, el medicamente no se pudo distribuir rápidamente en cada rincón habitado del mundo, pues el sistema de producción no dio abasto. Las citas diarias para la aplicación de la vacuna fueron sorteadas entre los ciudadanos a lo largo de un año, con el fin de ajustar la oferta a la demanda. Algunos pudieron aplicársela durante los primeros días, otros, mucho menos afortunados, tuvieron que esperar la dosis por cientos de días. Una cosa es que se encuentre la vacuna y otra que llegue al cuerpo
La vacuna del doctor Robert Neville (Will Smith), al parecer el único sobreviviente de la carrera trágica contra el cáncer, “el emperador de todos los males”, tardó años, pero llegó. En el archivo World War Z (Foster, 2013), en cambio, la vacuna no se alcanzó a descubrir, pero al menos sí se encontró una estrategia para mantener a los humanos por fuera del radar de los zombis. En Twelve monkies y Rise of the planet of the apes –lamento decirlo–, los daños fueron irreversibles. Tanto así que ni siquiera volver al pasado logró frenar el apocalipsis; antes bien, lo generó. Un ejemplo elocuente de profecía auto cumplida. De nuevo, el hombre jugó a ser dios y se volvió a equivocar al mover las fichas.
Todo esto me obliga a decirle, Mr. President, que no es cierto que la pandemia –como usted nos ha querido hacer creer– “vino de la nada”. El cine –además de periodistas, filántropos y expertos internacionales en salud pública– sabía que el estallido era posible y que incluso iba a surgir en cualquier momento. En la pantalla grande, Mr. President, estaba (y está) lo básico que usted necesita saber para atender la pandemia actual: sus posibles causas, sus mecanismos de difusión, sus medidas de prevención y de contención, sus consecuencias posibles. Pero usted no lo vio. O no quiso por estar pendiente qué dice sobre usted Fox News.
Hay que ver más cine y menos noticieros, Mr. President.
Oscar Iván es co-editor y colaborador habitual de Pecesfueradelagua.com . Conoce más al autor haciendo clic aquí:
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