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Después de caminar aturdida entre tanto bloque de cemento, a veces me resulta difícil acordarme cuáles recuerdos realmente pasaron, y cuáles no. Esa fue la razón por la que elegí visualizar el campo en las sesiones de meditación, especialmente en la época previa a Pascuas, porque me niego a que ese recuerdo pierda fuerza.
Para mi familia, estar en «El Sauce» en esta semana es más que una tradición. Si tuviera que apostar cuándo y a dónde va mi abuela cuando baja de allá arriba, ese es el lugar y el momento, así que para no defraudarla todos los años seguimos repitiendo la rutina. Hay que jugar al trivial, hay que llegar a la mesa de ganadores en el campeonato de juegos de cartas, hay que esconder y encontrar huevos de pascuas en el parque, y hay que cantar, sin importar cuánto desafines, en la caminata hacia el Cristo – nuestra versión de la catedral 2.0.
Al tiempo que caía en la cuenta que era la primera vez en mi vida que no iba a decir presente, fui agregándole detalles a la visión que empezó como una simple cortina celeste y las palmeras de Rocha, y que terminó con una imagen completa de la cosecha de arroz.
Uno podría decir que meditación con ansiedad potenciada marca Perrier no van de la mano, y estoy de acuerdo. La verdad es que nunca fue algo que estuviera necesariamente en mis planes porque justamente corro con desventaja, pero cuando me lo propusieron agarré viaje porque convertirme en la excepción a una regla me parece una característica de lo más interesante.
Resultó que la meditación tiene todo una técnica, que si bien no es matemática cuántica, es más fácil decirla que ponerla en práctica. La primera vez, como era de esperarse, me fui por las ramas pensando en lo buena que estaba la combinación de espárrago y panceta, y terminé dormida. La segunda, con tal de no dormirme, me quede ojeando a ver quién como yo hacía trampa y abría los ojos. Para mi sorpresa, nadie. Todos habían seguido las instrucciones al pie de la letra, y al menos los que pude llegar a ver parecían estar en un muy buen lugar. Esa vez, el resto del tiempo lo pasé hundida de verguenza y envidia en mi asiento y se me hizo eterno. Después de esto, la siguiente sesión aparecí con el objetivo en mente y mejor disposición, y al momento de cerrar los ojos hice caso. De ahí en más, si bien algunos días con mejor performance que otros, pasé mi record personal de quedarme quieta y cumplí con los diez minutos.
En este contexto fue que en una charla improvisada con Andrés me contó que hacía un tiempo había hecho una escapada al campo en Maryland. Cuando al final de la conversación le aclaré que estabamos on the record para el blog, estoy segura de que no era esto lo que se imaginaba que me había llamado la atención, pero lo hice prometer que la próxima vez que fuera me iba a llevar. Lo cierto es que a raíz de su cuento se me ocurrió que ese plan podía hacer un poco más tangibles mis imágenes de meditación, y que en un golpe de suerte planeada, quizás aliviaban esta sensación mejor conocida como «estar extrañando». Si ésta técnica no colabora como yo pienso tampoco me desespera. En el fondo sé que al igual que Bita, aunque esta vez no fui, también estuve.
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