Cadena de favores
Van a hacer seis meses desde la llamada que no cambió mi vida. Estaba sentada en la oficina de Rox, como suelo hacer por lo menos una o dos veces a la semana, ojeando el libro «A year in Japan» de Kate Williamson. Mientras daba vuelta las páginas, la escuchaba buscar algo en la computadora y alabar el libro con su energía costarricense, desde el ingenio de los dibujos y lo espectacular de los colores, hasta el ojo de Kate para resaltar lo mejor de esa cultura que mortales como nosotros pasamos por alto.
Como quien llama al 16 para saber la hora exacta, Rox levanta el tubo y me avisa que está llamando a Kate para decirle si no quiere exponer los dibujos en una galería. Levanté la cabeza para ver si me estaba hablando en serio, pero antes de poder sacar mi conclusión ya estaba hablando con la autora, presentándose y diciéndole su idea. El mundo es de los audaces, dice papá, y así haya sido consciente o no, meses después Kate estaba exponiendo por primera vez.
Entré en el mapa únicamente porque como Rox no iba a estar el día de la innauguración, me ofrecí a ayudarla a montar la exposición y correr la voz. En el fondo seguía pensando que habíamos hecho la llamada porque queríamos ver los cuadros en vivo y no por cumplir con la buena acción del día, pero cuando la conocí esa idea desapareció. A esa altura ya me autodenominaba la fan número uno. No me compré el libro de Japón sino el segundo «At a Crossroads: Between a rock and my parents place», con el que me sentí identificada vaya Einstein a saber por qué. Como buena groupie, fui con mi libro -y el de Rox- para que los autografiara. Si bien después de tanto intercambiar emails había tomado nota de su humildad, en persona se me hizo aún más impresionante. No paraba de agradecerme y hasta me dio un regalo – ella a mi – inclusive después de aclararle que en todo este plan, yo había sido un mero observador.
Ilustración de Kate T. Williamson en el libro «A Year in Japan». En el reflejo Rox y yo. |
El día de la innauguración me compré un cuadro, el primer cuadro que compro en mi vida. No es el más colorido, y seguramente el menos representativo de toda la exposición, pero me enamoró por lo que dice y porque las lunas tienen un significado especial para mi – papá me regaló la luna cuando tenía 8 años- «If only I could show them to someone who knows. This moon, these flowers, this night that should not be wasted».
Fui a ver a Kate antes de que desarmara la exposición. Estaba feliz de que me llevara ese cuadro, el preferido de su novio y la semilla de la colección de medias que va a lanzar inspirada en estampados japoneses. Para mi sorpresa, mi «gruoupiness» la tradujo como su motivación a exponer y a contar su historia. Me dijo que sus padres, a quienes había visto filmar y sacar fotos como locos el día de la innauguración, estaban orgullosos de ella, y como si fuera poco, además estaba sorprendida de sí misma por haberse animado. Mientras la escuchaba sentía que era mi reflejo de hace unos meses, solo que ahora había sido yo la que había dado el empujón.
En vez de darle un discurso de lo contenta que estaba con mi cuadro, preferí contestarle dos palabras y prometerle que en la próxima exposición iba a estar de nuevo en primera fila. En lo que catalogué como el cierre de un ciclo, después de mi «de nada», di media vuelta y decidí completar mis resoluciones para este año que ahora leen un simple: «good madness… and pay it forward».
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