Por qué ahora no, si ahora es todo lo que tengo
Escribo este post mientras escucho No te va a gustar con Draco Rosa del último disco Otras canciones, que dice así: «voy quedando ciego y no lo sé, yo no lo sé. La verdad es esta y casi siempre a mí me cuesta. Me cuesta comprender, que no lo sé, que no lo sé…». Y mientras me penetra la letra porque es exactamente lo que siento, pienso, por qué no intentar comprender ahora, si ahora es todo lo que tengo.
Hace algunos días hice el segundo «vivo» en mi cuenta de Instagram titulado Viajes del Sillón, Vol 2, donde intenté imitar el «formato sin formato» del volumen uno. Comencé preparando unos tragos para pasar los siguientes 45 minutos hidratada mientras me disponía a hablar de libros, ¡qué más lindo!
Creo que es una ventaja el hecho de que me gusta leer de todo un poco. No estoy casada ni con un formato, ni con un género, ni con un autor, para nada. Me gusta intercalar entre inglés y español, intercalar entre algo más académico y algo más narrativo, e ir saltando un poco de aquí para allá para crear cierto contraste entre cada experiencia de lectura y hacerle algo de trampa al cerebro para ver cómo reacciona a estos cambios.
Por eso, algunos de los libros recomendados fueron las últimas novelas de Elena Ferrante, algo de Ángela Becerra e incluso Maya Angelou en la sección narrativa. Y luego, en la sección más «académica» o de ensayos si se quiere, un libro de título White Fragility de Robin DiAngelo, y How to be an Anti Racist de Ibram X Kendi. Tal como expliqué en el vivo, estos dos últimos libros me los compré a raíz del shock emocional que me provocó la crisis de justicia social en Estados Unidos, y porque ante semejante seriedad de la situación, me rehuso a opinar por opinar, o hablar por hablar. Quiero educarme en profundidad para saber exactamente qué está pasando y averiguar, sobre todo, si yo estoy participando de alguna forma en este tipo de injusticias sin darme cuenta.
Tanto un libro como el otro aparecían dentro de las recomendaciones en Amazon, blogs e incluso prestigiosas revistas periodísticas de los Estados Unidos, así que por eso procedí a comprar ambos para comenzar este viaje de exploración necesaria. En el caso de White Fragility rápidamente vi que, por más de ser un súper bestseller, el libro no está librado de controversias, especialmente porque la escritora es una mujer blanca que decidió publicar sus notas sobre la experiencia de los afroamericanos y otras comunidades «of color» como se le dice en inglés, y eso ya de por sí levanta algunas cejas. El cuestionamiento va en las líneas de: ¿No son ellos mismos que tienen que contar su historia? Pero creo que la gente aquí se equivoca un poco. Después de leerlo, no siento que ella esté apropiándose de su historia o invadiendo la voz que más tendría que resonar en este momento que es la de las víctimas de la situación. Mi apreciación es que DiAngelo nos está hablando directamente a los blancos que nos rehusamos a cuestionarnos —en esto y en todo— qué estamos haciendo mal. Es más, creo el punto más importante es básicamente que somos seres demasiado «frágiles» como para vernos en el espejo y reconocer que quizás, aunque nos sintamos las mejores personas del mundo, inteligentes y buenas, podemos estar cometiendo errores que para otros son, literalmente, fatales. Seres frágiles que predican tolerancia, pero no la practican. Seres frágiles que una vez por semana escuchan sobre el amor al prójimo, pero que en el día a día juzgan a quienes no son o viven como ellos. Seres emocionalmente inmaduros, definitivamente frágiles.
Pero mi idea en esta entrada no es discutir White Fragility. Estoy aquí porque en el vivo de los Viajes desde el Sillón también hice esta reflexión al hablar del libro. Por un lado, sentí felicidad porque mi sobrina de casi 18 años reaccionó con un «¡lo quiero leer!», y algo en eso me dice que la próxima generación va a tener mucha más capacidad de empatizar con otros que cualquier otra de ellos para arriba. Pero por otro, sentí una especie de dolor ante la crítica de que «no era el momento para hablar de cosas tan profundas». Y ahí fue que me quedé pensando…
Ahora es todo lo que tenemos
¿Por qué? ¿De qué manera hay que hablar de «temas profundos»? ¿Tiene que haber un formato? ¿Y para quién son «temas profundos»? Porque apuesto que para George Floyd que murió asfixiado por un policía en el asfalto a la luz del día con las cámaras grabando el tema está lejos de ser un tema profundo. O para Breonna Taylor que estaba durmiendo en su casa cuando la mataron a tiros en su cama, tampoco, ¿o no? Más bien, diría que es una cuestión de urgencia ahora no para ellos que no están para decirlo, sino para sus familias y todas las personas que viven con el miedo constante de que su vida termine de la misma manera.
Muchas veces el caso es que tener opinión está bien, pero «demasiada» opinión, no tanto. En más de un círculo que conozco muchas veces el racismo es el objeto de chistes, y lo que opina el otro, especialmente si aboga por la libre elección de cómo la gente puede llevar su vida, puede llegar a ser un sacrilegio. Fallamos en creer que lo que un día nos dijeron es algo que está por siempre tallado en piedra. Lo que yo creo en definitiva es que ampliar esta visión, fundamentalmente a través de la educación pero también mediante la construcción de una empatía que realmente lata al compás del corazón y que se enseñe en cada palabra que se pronuncia en el núcleo de la casa, es algo que debería ser básico y para nada limitado al tiempo ni a la edad. La empatía es el poder monumental de sentir, o intentar sentir, en todas las capacidades posibles, lo que siente el otro. La empatía es el verdadero ahora, y hablar sobre ella es urgente.
Yo vivo con el conflicto interno de luchar por lo que creo y hablar sobre ello, y quedarme callada y poner la sonrisa tan aclamada para no tener que ver a nadie intentar cambiarme o decirme que está desilusionado conmigo por no estar pensando como ellos. Es loco ver como a veces hasta parece que duele que uno viva experiencias que le muestran otra realidad, o que para mí la justicia se haya convertido en un pilar fundamental. He visto — como en el comentario del vivo— que procurar callar al que se sale de la línea imaginaria de la burbuja resulta ser el «espacio seguro», cuando creo que el «comentario seguro» debería ser apreciar al que se anima a levantar la voz por alguien más, o como mínimo reconocer el acto de valentía de querer cuestionarse.
En este mundo no es fácil ser fiel a uno mismo, o elegir ir con el instinto y no con la corriente. Y sé, a ciencia cierta, que mi caso no es ni cerca de traumático de lo que es para otras personas. Pero algo que me queda claro es que el mundo no es de los que se quedan en las gradas mirando, sino de los que aguantan en la arena luchando. Entonces yo sí creo que es buen momento hablar de todo esto, aunque incomode, aunque me haga ver en el espejo cosas que me cuesta ver, aunque me toque asumir responsabilidades voluntariamente que quizás no tendría por qué asumir y arriesgando mi propia comodidad. Prefiero reconocer mi blanca fragilidad, porque de no reconocerla, jamás podré cambiarla.
Prefiero luchar y hablar de esto ahora. Sí, ahora mismo. Porque mañana no existe, y ahora es sin duda, todo lo que tengo.
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